Imagino que el prólogo, como el poema, puede volverse en un segundo, repentinamente, todo lo contrario a Eureka.
Después no he seguido demasiado a Jorge Riechmann en su poesía. En mi archivo sentimental encontraríais pocas más referencias que las marcas -repasadas por un decenio- que me hizo en la educación (por nombrar una parte bella de mi cuerpo) con el prólogo a su traducción del libro de René Char, La palabra en archipiélago.
O el uso de ese prólogo provocó estas marcas educativas. Como queráis.
No he sabido seguir la poesía en general. Existen unas circunstancias médicas por las que yo no puedo recapacitar y entender algo en un poema; no es falta de pulso o concentración (siempre llevo esos justificantes conmigo para frenar las ejecuciones morales que puedan alzarse en amables, muy amables, seseras). Yo que he descubierto la cualidad AOR en el Auster tardío y en el Auster primero, y en parte de la obra intermedia de Auster también, éste mismo que os digo, no ve en un poema más que la plaquette inestable –un día os escanearé mis papeles del médico, insisto-: generalmente pierdo el tiempo más rentable de la lectura en el estudio de mucha perspectiva interna o externa: en nada. Busco los adjetivos cardinales de un texto, pero para mí, al cabo de la jornada, el fragmento poético es siempre:
your ouija board spelled/spelt ouija board
Hay una especie de prólogos y de poesía que se come su propio exoesqueleto, su muda (que siempre le será más nutritiva que la muda de otro texto extraño a su cuerpo, por muy orgánico que éste se diga). Piel cambiada. Estructura mínima coloreada apenas.
¿Cuántas veces un fragmento no será otra cosa que el abono futuro de otras palabras, de aciertos más potentes? ¿Cuántas veces no lo ha sido, no lo viene siendo? La influencia. Llámalo angst y quédate contento.
A mí me importa que el prólogo y el poema sean el resultado de un trabajo parecido.
No se puede decir que los prólogos feroces nunca lo sean conscientemente, porque se mueven contaminados por la obra que preceden, que traducen a veces en una destilación. Pero el fervor puede pervertirlos con el argumento de que será sólo un instante. El tono hiperbólico de la condensación es a veces el del predicador que arrastra al paralítico por el estrado y que, cuatro horas más tarde en su camerino de predicador, seguirá convencido de que ha curado a un hombre por la palabra.1 Seducidos por la brevedad. Fuga.
Hay prólogos que merecen prólogos, lo que exigiría quintaesenciar aún más. El de Riechmann yo lo introduciría con sólo dos palabras triunfales de descubrimiento (imaginad cada uno por vuestra cuenta también la música, por favor):
Notung! Notung! 2
(Lo habéis hecho muy bien). Y eso basta.
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1 "Más que suficiente para aprender que la voz molesta, que una boca abierta, arrastrando palabras, es un acto sucio, inactual”; Iván Humanes, sobre Museo de la Novela de la Eterna.
2 http://www.youtube.com/watch?v=5udi9E4NJ7U&feature=related