Espineta. Recitativo. Así empiezo:
El silencio del cuerpo, Ediciones Versal, 1986, traducción de J. A. González Sáinz.
(Inscripción a lápiz en el interior) PVP, 885/ grupo 09/02/1987. Después de cruzar alguna mirada de entendimiento con el dependiente de la librería C en la calle Mallorca –mi Wordsworth Dictionary of Anagrams jugando un papel importante en la persuasión- convinimos en que algunas de esas cifras formaban el precio del libro (parecía demasiado barato, era –pausa dramática orientativa- el año 1998). (Entra melodía).
No fue del todo un hallazgo casual, pero la verdad es que no recuerdo de dónde saqué en aquella época la referencia para esperar –si no buscar- a Ceronetti. En cualquier caso, éste es el libro que me enseñó todo lo que sé de medicina, quesos, franqueza, obstrucciones y obliteraciones (no son lo mismo), alegrías e infecciones (no son lo mismo), excesos o ceremonias (misma cosa) –convocando urgente pie de página con el éxito de Alejandro Sanz en torno a la mismidad; háganlo ustedes por mí.
Lo sagrado. Eso, aprendido. Pero para revelar del todo cuál es mi autoridad cuando hablo de Ceronetti y no llevarles a engaño, copio:
El excremento, mientras está en el cuerpo, es aceptado, no está separado de la unidad del microcosmos; aislado horroriza y repugna, por el olor del alma desnudada y anónima que exhala (p. 46).
y yo añadía al margen en letra de joven estudiante –han pasado once años- Kristeva-Artaud (¿). Que ellos dos me perdonen: ésta es toda mi autoridad hoy, la de la confusión en la relectura, la de la pérdida de toda seguridad en si alguna vez entendí algo. Volveré a empezar.
Por suerte, éste es el libro perfecto para eso; se habla mucho del fermento, que se corrompe, finaliza y recomienza. Yo ahora no dejaré que mi lengua se vaya a decir cosas que no conoce demasiado porque terminaría por confundir a Ennio Flaianno con Morricone en alguna reflexión (ya saben, la reflexión es un transformer) y me pondría más aún en evidencia. Les digo que busquen la edición encontrable del mismo libro, la de Acantilado (2006) porque, ¿cómo puedo convencerles ahora que saben por dónde se me fugan los gases? porque está escrito con el aliento de Rabelais en la boca de Voltaire. Que la boca del último estuvo vacía y enferma casi toda su vida madura debería convenceros (me disculpo, abandono el usted) de que el aliento combinado de Rabelais es más penetrante que, bueno, cualquier otro escritor que se os ocurra de los que tienen dientes. Ceronetti ha esperado a que el aliento inflame la lengua y crezca dentro la palabra por fuerza musculosa.
Dice un anuncio estos días: “¿qué tres cosas te gustan de mí”? Con Ceronetti hay conveniencias que no sirven. No se puede afirmar como en el spot (cito propaganda, cito autoridad, queridos, más o menos queridos, amigos) “seguro que no son mis pérdidas de orina”.
Con Guido Ceronetti, como con Céline, con Sade (bombones de cantárida), con Isidore Ducasse, con Arrabal (qué sé yo si esta referencia es impropia, damas y caballeros, admito correcciones y vergajazos), cuando menos te lo esperas, ya tiene las manos sucias otra vez, de hongos o de filantropía. La peste en Manchuria, ¡qué paz! creo que decía en otro libro. Ninguno de los escritores citados se arregló la boca como hizo Amis. No hay quien arregle esas bocas.
Se sabe que el escorbuto cambió la manera de pronunciar de Voltaire. La lectura de Ceronetti ha cambiado mi dicción también desde 1998. Dice su traductor, José Ángel González Sáinz en nota introductoria:
He optado por ceñirme al texto de Ceronetti y no suavizar ni el ritmo entrecortado ni las construcciones latinizantes sino, por el contrario, respetar sus tecnicismos, neologismos o dobletes cultos y aspirar a no estorbar por lo menos la contundencia lírica y conceptual de muchos pasajes, aun a sabiendas de las dificultades de comprensión que todo ello comporta y de la a veces abrupta sequedad de una lectura cuyas recompensas no habrá nunca que buscar en todo caso en la facilidad.
El traductor contaminado, me gustaría tanto preguntar a Javier Calvo de qué manera puede afectar al escritor toda esa reelaboración.
Por eso una premisa del libro es el Cantar de los Cantares (del que Guido Ceronetti ha sido traductor) y, por la misma razón aducida entre los paréntesis, inevitablemente lo debe ser Catulo. No se levanten si no ordeno bien mis frases, por favor, he descubierto que todo queda siempre más claro si pasan lo que digo por Babel Fish. Bien. Están en su derecho. Adiós, señora. Los que ya se han marchado en este punto se encontrarán de nuevo con la misma irreverencia en sus casas si abren El silencio del cuerpo, donde se respeta sólo a las fuerzas que se llevan el cuerpo, más aún si se lo llevan sin pulcritud, con maneras llenas de tonalidades y perfumes y entrañable dolor, o a las que lo traen a la vida a través de parecidas formas de miseria menos disimuladas a cada generación. No se escandalicen, no os escandalicéis, los hombres de verdad damos a luz bajo el agua.
No digo nada nuevo. Después del género ebay de precios y características con el que he empezado estas consideraciones en voz alta, no digo nada nuevo. Pinocchio y Manganelli, les digo. ¿No? En cualquier caso, disculpen tan fea bahía.
Quiero agradecer a Días Contados la edición de Pequeño infierno turinés ( ISBN 13: 978-84-937021-1-3 )
Por lo que leemos uno parece incompleto si no ha leido a Ceronetti, y confesamos humildemente que por las referencias que de su obra nos haces,se vislumbra como una futura lectura,si encontramos esa edición del 2006.
ResponderEliminarUn saludo.
Imagino que no será difícil de encontrar
ResponderEliminarhttp://www.acantilado.es/autores/Guido-Ceronetti-507.htm
En castellano también estaban 'Los pensamientos del té', pero debe ser más difícil... lo hizo El Aleph Editores.
Agradecido por la atención.
Sobre la traducción:
ResponderEliminarhttp://www.notodo.com/cgi/php/inicio.php?apartado=recomendacion&id_top=387&seccion=libros
N.: Eres traductor de Foster Wallace, Coetzee, Auden... ¿cómo influyen los autores que traduces en tus propios textos?
Javier. Calvo: Influye, pero no como la gente cree. Estás bajo sospecha: al traductor que escribe no se le toma muy en serio, se considera que es como si escribiera en sus ratos libres... Lo que pasa es que yo traduzco a autores contemporáneos míos, y esto no puede ser nunca un modelo, para eso están los autores clásicos. La influencia no es de estilo, sino en cuestiones técnicas, porque traduciendo llegas a conocer muy bien una novela por dentro, las soluciones que halla un autor y cosas así.