“[...] imaginen ustedes que el Apocalipsis asumiera la forma de un cóctel” [1]. Sirve. Esto sirve para antes de que nos llamen jóvenes. Para antes también de que dejéis de llamarnos jóvenes, antes de que algo en nosotros deje de ser espontáneamente llamado joven, para adelantarnos a ver por última vez algo que con justicia ya no puede ser así denominado y se denomina, sin embargo, todavía una vez más joven.
Eso podría decirse de Exhumación, si se dice aquí. Escrito en esa zona. La asertividad juvenil y adolescente lleva haciendo de masa madre de la sátira desde el principio de los tiempos, el potente acierto personal es que, en este libro, se alimenta con la propia sustancia la propia ironía.
“Incomunicativos, herméticos, emocionalmente inexpresivos como testosterona sin ningún sentido de la proporción, ya sabes (...)”[2].
Lo que sabemos es lo que extraemos de no demasiado prodigiosos experimentos con padres, en principio (padres en el sentido más amplio, prodigiosos en sentido recto), y en bares y franquicias nocturnas de la Razón (suspendida), sea el Rostro Expresivo, los clubes pynchonescos como El Radio de Acción, El Puño de Mono o el edificio que se pateaba el protagonista de Aminadab (aquí ya me falla la memoria, confieso) [3].
Y esto queda dicho en las páginas de Exhumación con palabras muy medidas y muy desmedidas. Sonoras. “Blessed (down) town” [4]. En Exhumación o en Madrizentro.
Hay una expresión de Antonio J. Rodríguez en otro momento de su locuacidad, (en su blog, digo) que dejará marcado este Cuaderno en lo venidero: “vivir de capital cultural atrasado”. Con este libro escrito a dos (supongo que como la fiesta normativa es siempre plural, la escritura de la fiesta tiene que ser múltiple) han vuelto a marcarlo. Esperaremos a que uno u otro autor vuelva a tratar el tema de la fiesta con el vigor argumentativo de la pseudofrivolidad que aquí se ha dado generosamente en ópera genética.
Para hacer de su metatag su sambenito y a la vez su refutación terminaremos diciendo esto: somos jóvenes, somos inmortales mientras no nos involucremos en la procreación (aliteración trituradora, lo sé y me excuso), mientras no alumbremos a otro inmortal que nos inunde de nuevo miedo.
Por el momento, decidles a todos lo que sabemos. Que madurar es hacer creer a todos que has madurado.
Salmo responsorial: para no decir “dios se ha ido”, diremos “youth has gone”. Repetid con ellos.
[1] en El hijo rojo, D. Foster Wallace.
[2] p. 15, Exhumación.
[3] a la novela de 1942 de Maurice Blanchot nos referimos, Alfaguara 1979 si ustedes tienen suerte.
[4] p. 33.