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Como mi memoria ha demostrado tener un jocoso defecto, y aprovechando que cambiamos de piso (aunque éste será aún más pequeño), diría que ha llegado el momento de ordenar nuestros libros —los de ella y los míos—; pero me encuentro de nuevo ante la cuestión que la última vez, cuando veníamos de más lejos y nos sentíamos más cansados del pueblo que íbamos a dejar, lo desbarató prácticamente todo: ¿debemos reservar un espacio a lo que llamamos libros de cabecera?, ¿cuántos volúmenes delimitan el paso de la reserva libros de cabecera a la biblioteca nuclear conyugal?
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