pynchon tartar

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* 7 VÍDEOS PROMOCIONALES PARA Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios

sábado, 29 de enero de 2011

Un breve adelanto de las memorias de Manuel Troyano

Un breve adelanto de las memorias de Manuel Troyano

Miguel Serrano Larraz

Editorial Eclipsados 2007, Zaragoza (creo), 75 pp.

Lo debo todo. Esto ya lo sabíamos en Célinegrado. Lo debes todo. Pero, también lo debo todo a libros no leídos. Esto sólo lo sabíais vosotros. Si una de nuestras obligaciones (en Célinegrado) es tener siempre presente a Sterne, Quevedo y La lozana andaluza, —«y los franceses, y los franceses». Ya, esta gente ya está enterada de esto. Y los francesesahora, digo, añadimos a la gente convocada en el acto de escribir a Miguel Serrano Larraz, por culpa de Un breve adelanto de las memorias de Manuel Troyano. ¿Conocéis algún restaurante recomendable para bodas, bautizos, confirmaciones y convocatorias mediúmnicas de escritores por parte de nuevos autores en train de escribir? Hacédmelo saber.

No quiero extenderme en la sinopsis [Manuel Troyano redacta el libro que estamos leyendo: habla desde la fama conseguida: habla de cómo decidió ser escritor, de cómo advirtió que existían malos escritores con éxito: su historia stalker con Javier Tomeo: nos advierte de la arbitrariedad de su libro, un encargo con unas condiciones muy concretas (extensión, iteración de la palabra «tetas», destinado a una revista del corazón)] porque esto no es una reseña, esto es una interjección admirativa.

A los temas de la fama, el ser público y la autobiografía, Serrano Larraz suma un motivo que todavía no nos atrevemos a desarrollar en nuestra casa y menos aún a mostrárselo a nuestra editora: el de la vocación. Así que dejamos que hable Troyano por esa boca superpotente, que no sabemos quién alimenta, quién la llena de Lentejas de Poder, de Lentejas de Fuerza, diríamos, igual que la levadura, ¿no es la vocación la más brutal de las levaduras, Miguel, el fermento bestia, que coloca e hiperfeta las dos esponjas que imagino en el interior de nuestro cráneo (cráneo, «écran» en francés ficiticio, la más útil y efectiva de las lenguas)?

Manuel Troyano, que ha decidido ser escritor, entiende un día que sería conveniente también hacerse lector: «[…] resolví aposentarme en el optimismo, nicho de cadáveres enormes para la historia. […] en el fondo del meollo habitaba el defecto de mi incultura literaria» [p. 44].

Se inicia entonces una fantasía que a mí me parece húmeda y francamente sexy, más metalizada aún que el semen (dicen los comedores y comedoras de semen, apuntad con ese dedo a otro. Yo leo, no tengo tiempo de mirar nada tan de cerca, de verdad. De verdad). Creo que Gimferrer era el que usaba la expresión «leer como un salvaje». Esto decide hacer Troyano: «Me recluiría, velaría las armas, me depuraría, me haría digno de lo público». Hará aquello con lo que todos fantaseamos cada mañana: abandonarlo todo, leer, y VOLVER MEJORADO. ¿Qué nombre recibe esta fantasía? ¿Por qué nos golpea desde la infancia? ¿Por qué nos pasamos la vida esperando una enfermedad certera, profesional, que nos deje casi intactos y preparados para… Seamos sinceros, dos de cada diez interrogados responden que, en el caso de disponer de una máquina del tiempo (¿y por qué una máquina, por qué no una «vaselina con base acuosa del tiempo»?) pulsarían el PAUSE y dedicarían veinte años de PAUSE a prepararse, a überprepararse o repararse. No se sabe para qué. En general, no se sabe para qué; en general, cada día se sabe menos para qué.

Me pierdo. Ya. Bueno, Miguel Serrano Larraz le da vueltas por medio de su protagonista al paso siguiente a la escritura: la búsqueda del mecenazgo, la editorial, la busca de la Fe, que es busca de la Fe de otro en ti. Vas listo. Sé que es casi frivolizar, pero me gusta hacer esa lectura de Un breve adelanto… como si fuese la reducción enigmática de una historia editorial.

En la conclusión (im Abendrot), la primera experiencia de la Fama de los otros:

«Todas aquellas caras, no eran caras (por así decirlo) de gente, sino otra cosa. Se trataba de ese tipo de caras que uno conoce sin haber visto nunca su carne. Caras que se fotografían para aparecer en los periódicos, o que se filman para aparecer en las pantallas. […] Y se mostraban tal como eran, de chicha y cuesco, mismamente iguales que usted o yo.» [p. 64-65]





En otro momento, cuando os vaya bien, hablamos también del lenguaje utilizado en este libro.

jueves, 27 de enero de 2011

Croquis de un desafío








Thomas Pynchon, Tonny Tanner, Metthuen & Co., 1982, London



*Esto tiene algo de esgrima, ¿no?

miércoles, 26 de enero de 2011

Revista de Letras


Entrevista sobre Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios en Revista de Letras a cargo de Marc Garcia Garcia:


http://www.revistadeletras.net/ruben-martin-g-este-no-es-un-libro-para-expertos-ni-escrito-por-uno/
















* foto de archivo proporcionada por Alfonso Rodríguez Barrera

domingo, 16 de enero de 2011

Gog, Giovanni Papini. El dinero es beneficioso para los seres humanos

Gog, Giovanni Papini; edita Rey Lear, Madrid, 2010, 333 pp.

Lo que leeremos —nos previene Papini— es un conjunto de impresiones escritas a modo de diario por un hombre que ha conocido en un manicomio y que responde al nombre de Gog. Goggins, en realidad. Un magnate americano de extracción y actitud selváticas. La elección del apócope no es casual: Gog (el señor de Magog, para aquellos que se descargaron el último capítulo del Apocalipsis de Juan) debe interpretarse como «enemigo de la raza escogida de Israel» y, por extensión, como verdadero enemigo, un sentido que sigue correteando hasta desfigurarse en verdadero demonio. Esta naturaleza exagerada del personaje se acentúa a medida que nos familiarizamos con estos carnets de viaje y opinión, un anecdotario que Papini dice haber recogido de manos del tal Gog, «un montruo que debía tener más de medio siglo, vestido de verde claro. Alto; no tenía un solo pelo en toda la cabeza: sin cabellos, sin cejas, sin bigote, sin barba. Un informe bulbo de piel desnuda, con excrecencias coralinas».

Gog debería ser la marca del disolvente químico más poderoso del mundo.

Gog es una crónica de gente encontrada en el camino, sin aprendizaje, sin Wilhelm Meister, sólo relativismo, constatación de impropiedades humanas rebozadas y poco después fritas en sarcasmo. Sin embargo, no se pierden de vista en todo momento los conceptos de progreso y bienestar, aunque sea para que Gog los desprecie. Hay, debajo de todo esto, una búsqueda del hombre mejorado, una simpatía por una naturalidad bajo la definición especializada de Sade o Ceronetti.

Igual que en El diablo cojuelo, se destapan en estos capítulos las miserias de una etapa ridícula de la Historia. La suma de sus folios debería sacarnos de la gran equivocación de creer que “protagonizamos una de las grandes épocas de la humanidad” [p.99]. Un fustazo en la cara de la era moderna (a tener en mente: Papini apoyó, prestigió y desprestigió a partes casi iguales el futurismo: así, sin demasiado orden).

Cualquier noción que tenga el carácter de humano está aquí siempre relacionada con la reforma o con la destrucción: el arquitecto que considera absurdo insertar un edificio nuevo en una ciudad construida con anterioridad (“¿Imagina usted un poeta moderno que quisiera introducir un verso suyo en medio de un canto de la Ilíada?”), el propio sueño cumplido de Gog de comprar (importante) y arrasar una gran barriada en la que deja recuperarse de nuevo a la vegetación: “La ciudad ha sido abofeteada, la naturaleza ha sido vengada”. Este demonio crítico y pelón testimonia el esfuerzo grotesco del hombre por construir realidades mediante un uso práctico de su arrogancia. Creo que, en diferentes escalas, podemos decir que sucedía lo mismo en El jardín de los suplicios de Mirabeau, en el Saló de Sade, en La Eva futura o, a su manera, en aquel «Hombres salmonela en el planeta porno» de Tsutsui. No me importa si entendemos hombre como el autor o como el hombre dentro de la ficción de cada obra aludida.

Hay algo, sin embargo, que facilita de verdad un uso eficaz de la propia arrogancia: la posibilidad de disponer de una cantidad enorme de dinero, «el más espantoso instrumento de creación y destrucción del mundo moderno». Gog suelta una hermosa suma prácticamente al final de cada uno de los cuadros que forman su manuscrito.

Gente de Célinegrado: el dinero se transforma más que la energía, destruir dinero es delito (lo he visto en alguna película americana), es un resumen del universo humano, la muestra más grande de nuestra creatividad, cada billete contiene un premio, no hay moneda indefinida, cash fluctuatio, ora pro nobis. Somos dinero imposible de matar.

Me he perdido, en un rato vuelvo a intentar explicarme. Sé que no estaréis aquí, pero descuidad, tengo el número de vuestros móviles.

sábado, 15 de enero de 2011

Diego de Torres Villarroel

«[…] te arremangué los faldones de tus falsedades y te descubrí la caca de tus costumbres, y en vez de limpiarte de las cagalutas de tu conciencia y los berreones de tu alma quedaste gritando blasfemias, espurreando papeles y escupiendo chuzos contra la sana intención con que te aconsejé de los sucios tropezones de esta edad. Ya no quiero que me gruña más tu inmunda soberbia. Revuélcate bien en el asqueroso cieno de tus disparates, que allá te lo dirán de tizonazos».

Correo del otro mundo, 1725

sábado, 8 de enero de 2011

The Autobiography of an Ex-colored Man. Escribir «under false colors or tell her the whole truth»

The Autobiography of an Ex-colored Man

Dover Publications Inc, NY, 1995, 100 pp.

«Negroes are themselves more or less a sphinx to the whites», se dice ya en el prefacio a esta novela publicada en 1912. En líneas generales, el atractivo de este libro podría haber sido muy limitado, al menos para mí: un Bildungsroman con su poco de picaresca y un paralelo, por lo visto, auténtico entre el autor James Weldon Johnson (1871-1938) y su protagonista. Hasta ahí, intereses puramente personales me moverían a leerlo. Pero la premisa es menos esperable: se trata de una historia de infiltración: el relato de un hombre negro cuyo aspecto es lo suficientemente ambiguo para pasar por blanco en unos Estados Unidos de principios de siglo XX.

Pensamos enseguida en el Coleman Silk de La mancha humana de Roth, ¿verdad? De hecho, hay una escena casi calcada de El lazarillo de Tormes, cuando el protagonista se da cuenta por primera vez en el colegio, a los seis o siete años, de que es negro.

En un capítulo de Saturday Night Live de los 80 Eddie Murphy protagoniza un sketch en el que vemos cómo se maquilla todo el cuerpo y se disfraza de blanco. De esta manera, destapa la gran verdad de la raza: «Slowly I began to realize that, when white people are alone, they give thinks each other for free»1. . El dependiente blanco le dice al blanco Murphy: there’s no need between us… take it! Murphy nos avisa entonces de que una sociedad sustitutiva habitará algún día entre nosotros: «I have a lot of friends, and a lot of make up», negros que se harán pasar por blancos para disfrutar de esos privilegios. Estarán en todas partes.








Digamos que el narrador autobiográfico de la novela que nos ocupa le saca algo más de partido a su condición de espía. Tiene la posibilidad de estar presente de manera inadvertida en conversaciones en que se habla como se hablaría si él no estuviese allí: lee una parte de la mente privada de otras personas. Él es un joven de clase alta con posibilidades de entrar en Harvard, por lo tanto hablamos de un discurso que me hace fantasear con Evelyn Waugh metido en el videojuego Splinter Cell. Accede a datos ocultos que sólo se revelan de igual a igual. Vemos que existe de verdad una sociedad secreta que el hombre blanco ya apenas considera secreta más que cuando se ve obligado a practicar un cambio de registro. Y ahí, claro, este hombre invisible descubre (confirma) la insolidaridad y la insularidad.

Mi incompetencia para la solidaridad y para la lectura de poesía hubiesen impedido que avanzase más, con sólo estos elementos; pero hay dos componentes de The Autobiography of an Ex-colored Man que me interesan especialmente:

“would not my story sound fishy? Would it not place me in the position of an impostor or beggar?” [p. 29]

Johnson presenta todo lo hasta ahora dicho sin posicionarse: hacerse pasar por lo que no se es, la impostura, ¿es una capacidad o una discapacidad? A través de los remordimientos del protagonista alcanzamos un nuevo matiz, más irónico, de la novela que progresa hacia un Candide combinado con las enseñanzas del ninjitsu.

Si la referencia a Philip Roth era obvia, ésta que viene ahora no lo es menos: pienso en el escritor de Carolina del Sur Percival Everett y en dos de sus novelas: Glyph (1999) y I am Not Sidney Poitier (2009). En la primera (próximamente reseñada aquí), la voz ultralúcida en primera persona de un niño de tres años superdotado y con una comprensión fanática de Derrida y Barthes (pese a no haber aprendido a hablar aún) nos participa su visión del mundo y lo extraño y enfermizo de las relaciones entre personas; en la segunda se recrean escenas de la filmografía de Poitier como la de la película de Raoul Walsh, Band of Angels (La esclava libre), en la que la aristócrata Amanda Starr descubría asimismo que era de ascendencia negra.

Su logro es que nos obliga a una relectura cómica de la ambigüedad, de la infiltración, del escondite, del pilla-pilla, del pilla-besos (¿han jugado ustedes al pilla-besos?, yo siempre pierdo).







En Shadows de Cassavetes, otra escena de epifanía racista


Agradezco a James Weldon Johnson por producir a un Percival Everett. Desde luego, su postura era consciente de la verdadera lucha que representaba la convivencia entre razas y toda la complejidad que entrañaba este personaje suyo con superpoderes, que pasa de infiltrarse como blanco entre blancos a mezclarse como negro entre negros. No hay nada de frivolidad en ello, la diferencia (echen ustedes mano de sus respectivos derridas) “[…] redeemed him from insignificance” [p. 34], pero el Cándido de Johnson es un hombre práctico y abandona de nuevo la negritud razonada y voluntariamente.

Hacia el final: “I ceased to regard ‘being a white man’ as a sort of practical joke. My acting had called for mere external effects. Now I began to doubt my ability to play the part” [p. 94].

En este sentido, hay que dar las gracias a Percival Everett por traducir temáticamente a James Weldon Johnson.

Se me ocurren más cosas. Ya hablaremos.

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1. el sketch completo se puede ver aquí.