«—La muñeca se expresa con un exceso de propiedad, pero su sentido está claro. No es el momento de salir. Tú eres su tumba y su letrina, ella el cadáver interior y el esfínter del alma. No es casualidad, querido mío, no es casualidad que la próxima prueba, porque prueba la llamaría y no juego o ceremonia, sea la gran defecación. Hasta este momento hemos evitado celebrar la gloria, la potencia, la dignidad de las heces; pero llega, oh, llega el oro de la procesión triunfal […] ¡Alégrate de tu inmundicia, amigo! Ya que ahora experimentarás la noble y ennoblecedora angustia del defecar y ser defecado. Cómo dentro de ti se prepara la muñeca y se acuclilla para la expulsión de las heces, noche en la noche, podredumbre en la tumba, acuclíllate, ¡ya que ahora eres el rey de los excrementos, soberano de las deyecciones! Manifiéstate, señor de la negrura.»
(Del infierno, Giorgio Manganelli, Anagrama 1991, Barcelona; traducción de Joaquim Jordà)
domingo, 26 de agosto de 2012
viernes, 24 de agosto de 2012
«Los grandes momentos de un cantante», Louis-René des Fôrets
«Resulta difícil precisar a partir de qué momento el
auditorio debió rendirse ante la evidencia de que el gran cantante no estaba en
su mejor día y que se mostraba lamentablemente inferior a su reputación. […]
Parecía que Molieri se hubiese propuesto infundir poco a poco la duda en el
seno de su auditorio, después de sembrar la discordia trastornando sus juicios
mediante una estudiada dosis de las mayores proezas vocales y de los errores
más intolerables hasta el momento en que, pasando decididamente a una actitud
de provocación y de pura rabia, daría el gran golpe que pondría unánimemente a
la sala en su contra. Fue así que en el primer acto se limitó a deformar cada
vez más groseramente el estilo, el carácter de su personaje, al que convertirá
en un hermano gemelo de Leporello, una especia de bufón libidinoso, un pícaro
ramplón y cruel, un canalla desprovisto de escrúpulos y que nunca alcanza la
conciencia del pecado. […] hará que Don Juan descienda gradualmente hasta el
nivel más bajo de la abyección, donde el crimen no se cubre con ninguna
nobleza, ningún coraje y sólo puede inspirar asco. […] y luego cada vez más
francamente va a introducir e instalar la convención dentro de lo que no era
más que pura invención, adornando las arias más célebres con florituras y
realizando incluso vocalizaciones que apenas se juzgarían legítimas. […] pero
en las últimas escenas del Cementerio y del Convidado de Piedra, impotente para
reducir una música cuya grandeza torna incorruptible, para terminar, no vacilará
en usar la única arma de la que todavía dispone: desafinará, desafinará hasta
hacer llorar a los sordos.»
(«Los grandes momentos de un cantante», p. 50-51, en La habitación de los niños, Louis-René
des Fôrets, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2005; traducción de Silvio
Mattoni)
*«Les grands moments d'un chanteur, ultime séduction du burlador»
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