«[…] te arremangué los faldones de tus falsedades y te descubrí la caca de tus costumbres, y en vez de limpiarte de las cagalutas de tu conciencia y los berreones de tu alma quedaste gritando blasfemias, espurreando papeles y escupiendo chuzos contra la sana intención con que te aconsejé de los sucios tropezones de esta edad. Ya no quiero que me gruña más tu inmunda soberbia. Revuélcate bien en el asqueroso cieno de tus disparates, que allá te lo dirán de tizonazos».
Correo del otro mundo, 1725
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