Lo que leeremos —nos previene Papini— es un conjunto de impresiones escritas a modo de diario por un hombre que ha conocido en un manicomio y que responde al nombre de Gog. Goggins, en realidad. Un magnate americano de extracción y actitud selváticas. La elección del apócope no es casual: Gog (el señor de Magog, para aquellos que se descargaron el último capítulo del Apocalipsis de Juan) debe interpretarse como «enemigo de la raza escogida de Israel» y, por extensión, como verdadero enemigo, un sentido que sigue correteando hasta desfigurarse en verdadero demonio. Esta naturaleza exagerada del personaje se acentúa a medida que nos familiarizamos con estos carnets de viaje y opinión, un anecdotario que Papini dice haber recogido de manos del tal Gog, «un montruo que debía tener más de medio siglo, vestido de verde claro. Alto; no tenía un solo pelo en toda la cabeza: sin cabellos, sin cejas, sin bigote, sin barba. Un informe bulbo de piel desnuda, con excrecencias coralinas».
Gog debería ser la marca del disolvente químico más poderoso del mundo.
Gog es una crónica de gente encontrada en el camino, sin aprendizaje, sin Wilhelm Meister, sólo relativismo, constatación de impropiedades humanas rebozadas y poco después fritas en sarcasmo. Sin embargo, no se pierden de vista en todo momento los conceptos de progreso y bienestar, aunque sea para que Gog los desprecie. Hay, debajo de todo esto, una búsqueda del hombre mejorado, una simpatía por una naturalidad bajo la definición especializada de Sade o Ceronetti.
Igual que en El diablo cojuelo, se destapan en estos capítulos las miserias de una etapa ridícula de la Historia. La suma de sus folios debería sacarnos de la gran equivocación de creer que “protagonizamos una de las grandes épocas de la humanidad” [p.99]. Un fustazo en la cara de la era moderna (a tener en mente: Papini apoyó, prestigió y desprestigió a partes casi iguales el futurismo: así, sin demasiado orden).
Cualquier noción que tenga el carácter de humano está aquí siempre relacionada con la reforma o con la destrucción: el arquitecto que considera absurdo insertar un edificio nuevo en una ciudad construida con anterioridad (“¿Imagina usted un poeta moderno que quisiera introducir un verso suyo en medio de un canto de la Ilíada?”), el propio sueño cumplido de Gog de comprar (importante) y arrasar una gran barriada en la que deja recuperarse de nuevo a la vegetación: “La ciudad ha sido abofeteada, la naturaleza ha sido vengada”. Este demonio crítico y pelón testimonia el esfuerzo grotesco del hombre por construir realidades mediante un uso práctico de su arrogancia. Creo que, en diferentes escalas, podemos decir que sucedía lo mismo en El jardín de los suplicios de Mirabeau, en el Saló de Sade, en La Eva futura o, a su manera, en aquel «Hombres salmonela en el planeta porno» de Tsutsui. No me importa si entendemos hombre como el autor o como el hombre dentro de la ficción de cada obra aludida.
Hay algo, sin embargo, que facilita de verdad un uso eficaz de la propia arrogancia: la posibilidad de disponer de una cantidad enorme de dinero, «el más espantoso instrumento de creación y destrucción del mundo moderno». Gog suelta una hermosa suma prácticamente al final de cada uno de los cuadros que forman su manuscrito.
Gente de Célinegrado: el dinero se transforma más que la energía, destruir dinero es delito (lo he visto en alguna película americana), es un resumen del universo humano, la muestra más grande de nuestra creatividad, cada billete contiene un premio, no hay moneda indefinida, cash fluctuatio, ora pro nobis. Somos dinero imposible de matar.
Me he perdido, en un rato vuelvo a intentar explicarme. Sé que no estaréis aquí, pero descuidad, tengo el número de vuestros móviles.
Gracias por el descubrimiento. Parece apetitoso.
ResponderEliminarZombie girl
No sé, igual lo he hecho un poco farragoso, pero el libro vale la pena. Gracias por la confianza.
ResponderEliminarPues lo secundo: tiene muy buena pinta. Desde hace unos minutos forma parte de mi catálogo en .doc y en cuanto se presente la oportunidad (esto quiere decir: en cuanto vaya cumpliendo promesas anteriores) me pondré con él. Y es que no se puede. Hay un señor que publica hoy un libro muy interesante sobre un tal Pynchon y claro, uno, que no es de piedra, tiene sus querencias.
ResponderEliminarUna de las novelas más divertidas que he leído en mi vida. Me encantó ver que Papini, un abierto simpatizante del fascismo italiano, conseguía darme una visión del siglo XX mucho más estimulante que la que yo tengo. Gog logrando un marcotestimonio del siglo XX: Freud, Gandhi, Einstein, etc. ¿Y si nos hubiéramos equivocado al intentar comprenderlos a todos ellos y solo Gog pudiera revelarnos el reverso de sus discursos? Me lo pasé pipa, de verdad. Fue un descubrimiento brutal en su momento, y no había oído hablar otra vez de ella hasta ahora. Habría que leer más a Papini, sí señor.
ResponderEliminarInteresantísimo blog. Mi particular enhorabuena.
ResponderEliminarUn saludo,
Julio César Álvarez
Gracias de verdad, Julio. EN breve estará un poco más activo.
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