«[…] A su alrededor, los bamboleantes restos de sus anónimos predecesores tintinean y se ríen con risitas ahogadas a la luz de la luna como si se estuviesen burlando de la ingenua arrogancia de su búsqueda (¿quién es él para intentar “cobrar fama” o para penetrar lo impenetrable?) y le llamaran para que regresara a la fraternidad de los pobres mortales. Si te apetece, hazlo, le parece oír que cuchichean los huesos en un eco del antiguo estribillo sonando en el viento […]»
(Zarzarrosa, Robert Coover, Anagrama 1998, página 18).
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