Es cierto que trabajar con Alfonso Rodríguez Barrera es oración intercambiable por trabajar con Rubén Martín Giráldez, de vez en cuando. Compartir un proyecto con Alphonse es fácil; se trata de enunciar lo que se te viene a la cabeza (a las mientes, si hablamos de otros sistemas de pensamiento más avanzados), elaborar el chiste magnético (si lo hubiere) y disparárselo con mis verdosos rayos-churr. De mente a mente. Eso no quiere decir que después haya en el producto grandes justificaciones. Pero sí hay cierta codificación inocente y honesta de la imbecilidad.
Como el Kenosha Kid que aparece en El arco iris de gravedad («you never did the Kenosha Kid») y el paun y el Pound que le hice meter a Alphonse por lo mismo (sí: por diversión).
En un descanso en su estudio, Alphonse se pone muy serio. Se reclina:
—Al menos hemos podido meter un pene.
—Dos, en realidad— le digo.
Mañana, el capítulo de pYNCHON tARTAR lo ponemos a las 19h. ¿Os va bien?
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